Baby Driver: Wright le mete todo el pie al acelerador en demoledora coreografía

 

Edgar Wright es un director poco convencional. Y para hacer cintas alejadas de la norma, ha estudiado y consumido las películas más emblemáticas de los diversos géneros para enteder sus bases y reinventarlas con metódica maestría. Es el mejor ejemplo de que el cine nace en el escritorio. Es el hombre que deja claro que somos ideas, pero hay que aterrizarlas, o, en el caso de “Baby Driver”, acelerarlas.

El británico tiene un fiel sequito detrás luego de haber parodiado las cintas de zombies, las de policías opuestos cuasi hermanos y las apocalípticas. No podemos decir que”Scott Pilgrim contra el mundo” es una burla a otro género cinematográfico, pero si un guiño divertido al mundo de los videojuegos. Que “Baby Driver” tenga un guión todavía más añejo que “El desesperar de los muertos” y “Hot Fuzz” es significativo, pese a abordar temáticas diversas. Sin embargo, todas ellas tiene un mismo punto en común: la música.

Wright es un melómano, se nota. Por eso construyó a Baby, su alter ego, un chico que necesita la música para deshacerse de ese ruido que le incomoda. Huérfano por situaciones que se presentan por medio de flashbacks, el personaje busca salir del control de un criminal que no le permite vivir tranquilo y, al tiempo, salvar a la bella chica en peligro.

 

Todos estos elementos ya los hemos visto antes en cualquier filme de escapes y fugas, de autos circulando a toda velocidad y jóvenes que despiertan en el universo amatorio. Lo que Wright hace es simplemente “ponerle música”.

Y pareciera fácil labor pero es todo lo contrario. “Baby Driver” es un enorme videoclip pero con mucho sentido, con un respeto enorme por la idea de que el cine debe transmitir emociones dependiendo de los emplazamientos de cámara y el ritmo de edición. Otros cineastas como Michael Bay tienen muy clara la estructura del videoclip, con tomas de menos de 10 segundos seguida una tras la otra, labor que imprime agilidad a los relatos, pero no logra conectar con nada, a menos que se tenga la pericia para ser contar con argumentos una historia concisa. Hay talentos como el de Wright que buscan que los contenidos fluyan, con planos secuencia hermosamente estrucurados, convirtiendo el filme en una carretera por donde Baby y los otros delincuentes transitan con meticulosa y precisa coreografía.

Todos tenemos una lista de canciones especiales. Wright lo sabe y explota ese lugar común, así como el de la damisela en peligro y el de los chicos conflictuados por un presente que los aplasta amenazante. Misma situación ocurre con los villanos. Variopintos, pero todos corriendo tras el dinero fácil. Para evitar contar la misma historia del mismo modo, el cineasta exhibe esos puntos que están presentes en los filmes “heist”, de suspenso policial y hampones en busca de redención. “Baby Driver” es un nuevo clásico, aunque hacia el final el estilo pirotécnico del británico haya cedido a los convencionalismos.

Para ser una cinta que trata de alejarse de lo mismo, o al menos de exhibirlo de otro modo, peca de conformista y bien intencionado.

No obstante, “Baby Driver” se juega el pellejo circulando a más de cien, sin reversas, como un bólido que se salta los topes y los baches sin importar cómo queda el auto al final del trayecto, porque el filme es imponente e imparable, pero ante la necesidad de pisar a fondo el acelerador, Wright pone atención en los principales detalles dejando muy libres a sus personajes secundarios.

Los protagonistas están formidablemente delineados, pero al resto del elenco no le basta sólo con su carisma y efectividad. Los personajes de reparto están ahí como los peatones que Baby ve al pasar: pudieron haber sido cualquiera. Pero fuera de estos “baches”, la cinta transita con la elegancia y efectividad de un reloj suizo, porque el cineasta tiene muy medidos los tiempos de ese soundtrack exquisito que es un actor todavía más importante que el mismo reparto.

La cinta está llena de referencias al cine de siempre, a la música de toda la vida y a las narraciones que hemos consumido desde la infancia. La maestría de Wright se encuentra en el “cómo”.

Pese a que el desenlace es poco osado, la edición perfecta de Wright y la gran labor coreográfica para hacer que todos los actores “bailen” al ritmo que el cineasta “toca” con la banda sonora elegida convierten a “Baby Driver” en una de las mejores películas del año. No sólo es la carrocería fina, sino el motor poderoso que se avienta una ruta sinuosa. Pudo ser demoledora, pero en este nueva “reinvención” de géneros al cineasta sólo le dio para mejorar sus tiempos y superar con creces a sus rivales en el cine llamado “de acción” (aunque el cine significa acción, pero bueno, que así le catalogan).

Al final, si tiene algunos defectos no importa, porque es de esos productos que los comedores asiduos de palomitas amarán y que probablemente signifique un punto de partida para que los acostumbrados a ver sólo blockbusters puedan abrir los ojos a otro tipo de productos. Porque Wright fusiona sin problemas lo mejor de ambos mundos.

 

Baby Driver (2017)
Dirección y guión: Edgar Wright.
Reparto: Ansel Elgort, Lily James, Jamie Foxx, Kevin Spacey, Jon Hamm, Eiza González, Jon Bernthal, Sky Ferreira.
Fotografía: Bill Pope.
Edición: Jonathan Amos, Paul Machliss.

Juárez Góngora

Es orgullosamente yucateco. Egresado de la licenciatura en Periodismo en un colegio de la tierra del panucho y el salbut. Le dio por conocer varias zonas del país hasta que se avecindó en la Ciudad de México, donde se dedica a hacer textos para el mundo del internet. Amante de la literatura, melómano, pero primordialmente cinéfilo, de niño repasó películas en formato Betacam una y otra vez, hasta que finalmente, un buen día, fue al cine y de ahí no pudo salir.

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