Por fin Stallone entendió que para mantener viva la leyenda de Rocky no era necesario centrarse en él, aunque alimenta el contexto que pone los reflectores sobre el hijo de, su primero rival y luego amigo, Apollo Creed. Corazón de campeón está lejos de ser la última gran cinta sobre el boxeo, pero es una muy disfrutable.
Y es así porque luego de producir los 7 episodios que conforman la saga del boxeador ítalo americano Rocky Balboa, Sylvester Stallone se hace a un lado de la silla de director para dejar que otro, desde afuera, construya una narrativa más pulcra, como hizo en “Rocky”: dejó que su guión fuera desarrollado por John G. Avildsen y ahora lo deja en manos de Ryan Coogler. El resultado no es espectacular, pero es más cercano a aquel trabajo de 1976.
De este modo, por fin hubo variantes, luego de 6 insulsos intentos del boxeador por presentar historias diferentes pero que siempre caían en lo mismo: el protagonista vencido por la adversidad debe liarse a golpes para demostrarse que puede salir adelante ante cada obstáculo.
Esa historia de superación es la que hizo que la Academia hollywoodense colocara a “Rocky” en todo lo alto en la competencia por el Oscar en un claro error que el tiempo se ha encargado de confirmar. Sin embargo, está claro de Coogler hizo la tarea y entendió que tenía que revolcar la trama de la primera cinta del púgil para que hubiera una verdadera entrega de estafeta.
De este modo, el viejo Balboa sigue ahí y entrena al hijo de su amigo Apollo, Adnois (Michael B. Jordan), en otro claro fracaso al intentar alejarse de los encordados.
Pese a que se trata del surgimiento de un nuevo héroe de los encordados, el filme sigue con celoso apego la trama ya vista en las aventuras de Balboa: un peleador talentoso va de a poco entendiendo que para salir vencedor debe dominar sus miedos y sacar provecho de ello.
Tenemos entonces una repetición de ese primer capítulo pero con un nuevo protagonista, un afroamericano que se enamora de una chica con discapacidad auditiva y que elige por entrenador a un viejo a quien le cuesta interactuar con discípulos, no así con las demás personas, dado que Rocky sigue siendo aquel bonachón que le caía bien a todos.
Y esos nuevos elementos alrededor de la unión de Balboa y Creed están para darle sabor a la trama, pero no trascienden, son desaprovechados, convirtiendo a “Rocky 7” en una reinvención que busca golpear con nostalgia a quienes tuvieron al boxeador como un referente de superación personal.
A favor: la aparición del bastardo de Apollo no es un pretexto, es el verdadero protagonista. Stallone se pone a un lado como soporte y lo hace de un modo adorable, pues se convierte en tutor y amigo. La interpretación es entrañable, un Rocky senil que no habíamos visto y un novel peleador cuya hambre sale de su necesidad de probarse que no es un error.
Por lo general, las cintas de boxeo toman a protagonistas con infancias difíciles en lo económico y lo familiar, por lo que sus triunfos son el culmen de un crecimiento personal y profesional. El personaje de Jordan lo tiene todo, menos un nombre propio, construido con sus puños, y a eso es a lo que aspira.
Balboa reparte una y otra vez frases motivacionales como ha sido tradición en todas las aventuras de Rocky, pero ahora, partiendo de un hombre de la tercera edad que debe de seguir luchando, adquieren otro cariz, uno que nos hace recordar que él fue el triunfador sobre el ring y ahora cede los guantes a alguien digno de continuar la leyenda. No es mala idea ir al cine padres e hijos y compartir el cambio generacional.
Creed (2015)
Director: Ryan Coogler.
Guión: Ryan Coogler, Aaron Covington.
Protagonistas: Sylvester Stallone, Michael B. Jordan, Tessa Thompson, Phylicia Rashad.
Edición: Claudia Castello, Michael P. Shawver.
Fotografía: Maryse Alberti.
Texto publicado en Azteca Noticias.
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