A los mexicanos nos encanta el “sospechosismo“, las historias rebuscadas y de novela, es parte del drama nacional que tantos hermosos momentos nos ha dado: la educación que hemos recibido en el sufrir es parte de vivir.
Aún recuerdo los ojitos de Victoria Ruffo en sus mil personajes en horario vespertino echando lagrima a mil, más aún a Angélica Aragón sufriendo en silencio por lo que rico que era volver a amar a un hombre en la telenovela de los 90s Mirada de Mujer -cuando Epigmenio Ibarra hacía buenas historias-, sufría pero le gozaba, parte de nuestra dicotomía e identidad.
Pues bueno, algo así me da la historia cruel y emocionante de Javier Duarte, nuestro querido #JaviDu. El ahora ex amigo incómodo vive su propia novela.
Esta historia en vivo y a todo color debido a su complejidad, enredos e intereses, entre factores no menos importantes como la falta de credibilidad -con cierto desprecio– hacia las instituciones que integran el Estado Mexicano, pone más aún en tela de juicio lo que está viviendo el ex gobernador acusado de dejar en bancarrota a Veracruz.
Nuestro “sospechosismo” está activado al 100, tenemos una historia enfrente y la hacemos novelas con mil conjeturas en torno a los personajes, los tiempos, las señales y demás simbología que ponen más sabor a nuestro drama nacional.
¿Será entonces que nuestro gusto por la sangre escenificada nos permite colocar a Duarte como una víctima o un culpable? Duarte, el ahora villano por no saber cubrir sus excesos en el poder, es entonces ¿solo una pieza más del gusto por las historias pocos claras y rebuscadas? O ¿Estamos ante un invención más de nuestra historia nacional?
Ante las posibles opciones, solo nos queda esperar el desenlace de esta telenovela, en la que habrá un bueno, un malo y un vencedor, lo peor es que hoy en día cada vez es menos claro predecir el papel que ocuparemos como sociedad mexicana espectadora de las historias que se vuelven a contar.
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