“El club” tiene la enorme virtud de exponer los pecados que arrastra laiglesia católica desde sus comienzos hasta ahora sin hacer responsable a dios por ello, sino a los seres humanos, imperfectos, que deciden construir dicha institución. No por ello el filme es cómodo.
Con una fotografía fría que se mezcla con un efecto de bruma, el chileno Pablo Larraínpone el dedo en la llaga al centrar su historia en un grupo de sacerdotes católicos segregados y obligados a vivir en una casa en la costa sudamericana por ser culpables de males que la iglesia católica prefiere ocultar en vez de enfrentar.
Así, los “curitas” han aprendido a vivir en armonía, cada cual sobrellevando el exilio a su manera. El padre pederasta, el revolucionario, el que traficó con menores, el homosexual, su existencia se verá trastocada ante el fallecimiento inesperado de un nuevo integrante que propiciará la aparición de un “abogado del diablo” que tiene la idea de llevar a los “delincuentes” ante la ley.
La inquietante moral expuesta en el filme alcanza momentos realmente perturbadores cuando un hombre, que sufrió abusos de niño por parte de representantes de la fe católica, aparece y comienza a cuestionar la supuesta casa de retiro en donde viven lossacerdotes.
No hay colores amables aquí. Existe un mar lleno de vida y atardeceres de ensueño que quedan opacados ante la pesadumbre del “encierro”, del señalamiento y la culpa. Hay incluso una comparación bastante puntual entre un perro entrenado para ganar carreras y la bestia humana que representa el hombre cuando elige su propio placer o bienestar por encima del perjuicio de sus semejantes. Larraín es duro pero sabe que es necesario.
“El club” quiere que veamos la cara más deslavada de la iglesia católica, por eso sus encuadres horribles, esas tomas cerradas con los rostros desencajados de los actores, quienes hacen una labor tal que dan ganas de patearlos, aunque por momentos la justificación de sus faltas parecen sólidas. Y también está la sociedad, presta a linchar al que se le apunta con el dedo sin averiguar primero quién es víctima y quién victimario.
Ni siquiera son amigos, no comparten puntos de vista, sus faltas se asemejan por el hecho de ser pecados, es imposible poner una medición para saber quién es más nefasto que el otro. Incluso, las decisiones que se presentan hacia el final las asumen con resignación, algunos, con ira otros.
Larraín no busca expiar las culpas de sus personajes, al contrario, quiere hacernos sentir la necesidad de penitencia, aunque, en los casos expuestos, en determinado momento el autor decide que se incineren en su propio infierno.
El chileno consigue crear una gran pieza sobre el mal, sobre voluntades corrompidas por nuestra condición de bestias, esa que es parte inherente de nuestra constitución como seres humanos. La dualidad en nosotros. Por eso la importancia del galgo domesticado que acompaña a los protagonistas y al filme: el can no mordería la mano que le da comida, calor y calma, nosotros, nosotros como las copias imperfectas de dios somos otra historia.
El club (2015)
Dirección: Pablo Larraín.
Guión: Guillermo Calderón, Daniel Villalobos, Pablo Larraín.
Protagonistas: Marcelo Alonso, Antonia Zegers, Alfredo Castro, Jaime Vadell, Alejandro Goic.
Fotografía: Sergio Armstrong.
Edición: Sebastián Sepúlveda.
Texto publicado en Azteca Noticias.
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