Es difícil dejar la infancia para convertirse en adulto. Es un proceso ineludible que trágicamente nos hace olvidar -entre otras cosas- esa emoción por descubrir el mundo y sus secretos. Algunos logran (afortunados) conservar la capacidad de asombro, una magnífica forma de tratar de engañar a la muerte. Un niño recorrerá a Brasil buscando a su padre y en el trayecto se encontrará consigo mismo y con que la Tierra es un extraño lugar para vivir.
El niño y el mundo es el muy personal trabajo del paulista Ale Abreu, un recorrido animado que tiene el monumental mérito de evitar los diálogos y plagar de vistosos elementos su historia para hacerla más universal pese a que se desarrolla en el Brasil rural.
El pequeño protagonista se verá forzado a abandonar su mundo de ensueño cuando su padre deja el campo para buscar en la ciudad una mejor condición de vida para los suyos.
La animación simula los dibujos que cualquier niño pletórico de imaginación podría realizar, con trazos exagerados, amplia gama de colores y líneas desproporcionadas. Estas construcciones fuera de sus márgenes van tomando sentido conforme el filme se revela como un compendio de alegorías que denuncia la muerte del campo y su consecuencia para quienes lo trabajan a manos de la modernidad.
Hay una bella contraposición de ideas cuyo principal elemento es el color. Como si de las obras a mano de cualquier niño se tratara, los personajes y situaciones a favor del enriquecimiento y la represión se tiñen ocres, en tanto que los carnavales, alegrías y metáforas de un espíritu libre rebosan de tonos pasteles.
La idea del capitalismo voraz que no respeta la vida campirana está presente y Abreu no da descanso en su argumento por hacerle responsable de una vida moderna apresurada con pocos colores y muchos sacrificios.
Es un trabajo que encantará por igual a niños que a adultos no obstante la dureza del mensaje y un desenlace donde la nostalgia invita a sentir que, pese a formatos económicos o conflictos existenciales, hay que gozar de nuestros entornos y atesorar los momentos gratos.
Más importante aún, es un filme que sembrará dudas en los más pequeños y es papel de los “grandes” procurar el diálogo con los dudosos. Es una buena oportunidad para abordar temas complejos. Las dudas personales llegarán algún día, en tanto, el pretexto es que hay un niño al que la felicidad le fue arrebatada y debemos saber cómo darle la vuelta a las ausencias y carencias.
Se trata de una historia en apariencia simple, tenía que ser así pues hay un niño que de repente se encuentra con la hostilidad de las favelas, de los despidos masivos como consecuencia de la simplificación de la mano de obra ante la aparición de la máquina, de los organismos represores que parecen celosos de mentes con ganas de música y amor. Es placentera porque en su sencillez encierra ese complejo episodio que significa vivir.
Mención especial para la música que se compenetra con la historia y evita manipular al espectador. En este caso no es un complemento, es un personaje más, en determinado momento, la razón de la búsqueda del niño que pareciera estar recorriendo otro planeta, cuando realidad se trata de un Brasil cambiante y agresivo.
La dolorosa búsqueda del niño lo llevará a comprender que existir es un suspiro y muchas veces tarde nos damos cuenta de que el ocaso es el presente y no hay vuelta atrás.
El niño y el mundo es una de las más completas animaciones de la última década. Lo mejor: no necesitó elegantes formatos en 3D o animación stop motion, es simplemente el trabajo artesanal que parece hecho más con el corazón que con la mano.
El niño y el mundo es parte de la programación de la 58 Muestra Internacional de la Cineteca Nacional.
O menino e o mundo (2013)
Dirección, guión y edición: Ale Abreu.
Música: Ruben Feffer, Gustavo Kurlat.
por Juárez Góngora