Es más normal de lo que parece que serie de televisión, dado su éxito, alcancen el formato cinematográfico, significando con ello el fin de la fórmula y el rotundo fracaso al adaptarse a espacios para los que estos contenidos no fueron diseñados. De hecho, podríamos decir que se trata de una contradicción. Y sí, El pequeño Quinquin es este contrasentido, pero grato y elevado a su máxima expresión.
Bruno Dumont es uno de los pocos realizadores que tienen la palabra “drama” tatuada en la frente. Toda su filmografía se centra en ese género y es algo que le sale muy bien. Su narrativa visual tiene un respeto profundo por las situaciones dramáticas. Pero, como buen artista, salió de lo cómodo y diseñó un proyecto que le permitiera volver a sus raíces.
Para tal fin decidió hacer una historia situada en el norte de Francia, en donde los modos de habla, costumbres e ideologías distan de lo que se vive en las urbes galas. Así nació Quinquin, un chico que junto con sus amigos aprovechan sus vacaciones para pasear en bicicleta el pueblo e involucrarse en una investigación policial luego de que alguien metiera restos de un cuerpo humano en una vaca.
¿Se lee estrafalario? Sí. El pequeño Quinquin es eso y mucho más. Es uno de esos productos que no te dejan indiferente por su extravagancia, porque tiene personajes raros pero emotivos. Quinquin y su pandilla son una suerte de “ñoños” abusadores. Claro, el término es absurdo por lo contradictorio, pero quizás es el ojo dramático de Dumont intentando hacer comedia lo que arrojó este agradable resultado.
Y es que el filme se nos vende como comedia. Y tiene muchos momentos muy graciosos, hilarantes incluso, como el de la misa previa al entierro del primer muerto -no les arruino la historia con decirles que más decesos se irán sucediendo en un afán por hacer la trama más macabra-, pero más que eso, El pequeño Quinquin es un “no drama”. Porque en determinado momento, este filme se torna muy oscuro.
El filme es el compendio de cuarto episodios que conformaron la miniserie televisiva que fue un éxito en Francia en 2014. No perjudica en nada asegurar que el triunfo de El pequeño Quinquin en el formato para tv es por su rareza. Y tal cual se traspasó al cine, conservando ese tenor.
Por eso sus personajes ambivalentes: un niño que va descubriendo el amor con su vecina Eva y que a la par entiende que hay algo más que cosas lindas en el mundo; un detective que representa una fusión de Chaplin con el Inspector Closeau pero con una capacidad de análisis que no concuerda con su percha; un teniente con todo el formato de patiño pero con una forma muy peculiar y arriesgada de conducir… el filme rebosa de ideas contrarias y en ellas se basa para lograr escenas sumamente divertidas.
Pero, este abuso de los gags, de los silencios que en televisión funcionan perfecto para alcanzar los tiempos requeridos para tener el tiempo exacto, en cine se vuelven pesados pasadas las dos horas, por lo que no es un filme que pueda tener cautivos a todos los espectadores.
De hecho, el filme funciona como un gran chiste pero es más cercano al poema bucólico, a la declaración de amor de un hombre por la tierra que le vio nacer. Y las paradojas se acumulan: Dumont se pone gracioso para rendir un homenaje. Un cineasta que domina el drama.
¿Surrealismo? Más bien una exageración de las situaciones. Es notorio que Dumont no utilizó actores profesionales para hacer El pequeño Quinquin y se nota, pero se suple con otras virtudes, entre ellas, que los momentos reflexivos llegan en el momento exacto.
Pese a su duración, es una cinta que los deseosos de historias poco convencionales van a disfrutar. Sí lo suyo es lo demasiado ligero o con formato hollywoodense, absténganse.
El pequeño Quinquin es parte de la programación de la 58 Muestra Internacional de la Cineteca Nacional.
P’tit Quinquin (2014)
Dirección y guión: Bruno Dumont.
Protagonistas: Bernard Pruvost, Alane Delhaye, Lucy Caron, Phillipe Jore.
Edición: Basile Belkhiri.
Fotografía: Guillaume Deffontaines.
por Juárez Góngora