Te lo buscaste, Mildred. ¡Bebito, bebito come por favor!…….
Me siento muy débil, ya no puedo alimentarlo con mi sangre. El papá tampoco puede más. Las cortadas en los dedos y brazos de ambos cada vez son más evidentes y las fuerzas nos están abandonando.
El filo del cuchillo ya pasó por nuestros estómagos y espaldas, el líquido rojo se fue directo a los biberones o a la boquita del nené pero tenemos que aceptarlo: Ya no damos más.
La sangre tiene que ser fresca. No sirve de nada extraer la de las piezas de res o cerdo de la carnicería, no es igual y la rechaza. Además, Mildred, la nana que contratamos porque muy pronto tengo que regresar a trabajar, me hace muecas con mi discurso inventado de “alimentación con placenta, células madre y bla bla bla bla”. Mi explicación de que es la nueva moda entre las estrellas de Hollywood no le convence.
Se me olvidó compartir un dato: Aún no estoy segura a qué género pertenece mi bebé. Siempre lo llamo “Bebé”, en neutro, pero sus órganos sexuales no se han desarrollado correctamente y todavía no podemos saber si “es hembrita o machito”, como dicen las abuelas mexicanas. Por eso elegimos un nombre que igual puede ser femenino o masculino: Alex. No Alejandra, no Alejandro, Alex.
Mildred se las da de sabelotodo, como muchas señoras de edad mayor. Para ella no somos más que unos inexpertos y probablemente yo, una inútil. La verdad no tengo ánimos de discutir porque bastante tengo con tratar de callar los quejidos de Alex.
Insoportable y senil Mildred, me arrepiento de contratarla. Ya saben “ay hombre, dale chamba, es vieja amiga de la familia, de confianza”. Senil Mildred. Hoy se le botó la canica y empezó a gritarme que era una mala madre, que me olvide de ir a trabajar y de mis métodos modernos, que mi madre estaría decepcionada de mí. “Carmen era una mujer excelente que sacrificaba todo por tus hermanas y por ti, tú no te pareces a ella”.
Senil Mildred. Alex comenzó a llorar otra vez.
Ay mi bebé. ¿Los gritos de ella te alteraron? Eso sí que no. Tomé el florero de la mesa y lo dejé caer con todas mis fuerzas sobre la cabeza de Mildred. Cargué a Alex, agarré el cuchillo e hice un pequeño corte en el cuello de la senil Mildred. Come por favor bebito, aunque sea el líquido rojito… Ahora pondré en la licuadora un poquito de la carne de la mujer y así hacer una papillita…
*Vuelve a leer los primeros episodios de esta historia en: Parte I, Parte II, Parte III.