El capitalismo voraz nunca antes fue tan comestible como en “Hambre de poder”. Sin ser una cinta de excelente factura, hay un retrato variopinto de Ray Kroc, el hombre que convirtió a McDonald’s en el emporio que es ahora y sin el que no se puede entender la extensión del brazo económico norteamericano en el siglo pasado.
Michael Keaton da vida a un personaje que es imposible querer, pero al que tampoco se justifica para que ello ocurra. Porque al director John Lee Hancock no le interesa mostrar el lado amable de Kroc, si es que lo tiene. La intención es contraponer la bondad y gentileza de esos rincones estadounidenses que no habían sido tocados por las mentes ambiciosas dispuestas a adueñarse de cualquier buena idea y hacerla crecer.
Así, los hermanos McDonald’s se convierten en los “buenos”, mientras que Kroc se encarga de personificar todo aquello que el materialismo ha dictado que debe realizarse para que la abundancia llegue a los bolsillos de los “osados” en modo de billetes.
No se trata de una biopic más que encumbra al “héroe” que sufre todo el trayecto hasta encontrar el triunfo. Aquí se trata de acompañar a Keaton hasta la descomposición moral del mercenario en lo que obtiene sus impresionantes ganancias a costa de una idea robada. Lamentablemente, la película se comporta gran parte del tiempo como una “clase de capitalismo demoledor 1”, convirtiendo su tránsito en un camino pedregoso, lleno de momentos pausados y de gran pesadumbre.
Es la lucha de los desiguales, del conquistador con armas y los conquistados con espíritus nobles.
Si bien, el personaje de Kroc nunca llega a ser amigable, es sin duda un tipo que supo ver la oportunidad, adueñarse de ella y explotarla como muy pocos pudieron haberlo hecho. O igual y sí, pero quien pega primero, pega dos veces.
Lo realmente triste es que pudo haber sido una gran muestra del lado oscuro del sueño americano, pero en cambio resultó un pálido golpe de realidad, porque la manera de hacer negocios no ha cambiado, sólo se ha actualizado. Las mañas siguen siendo las mismas.
La primera mitad es la más dotada de recursos, con esos largos caminos carreteros que Kroc recorre porque el premio al esfuerzo no llega. El retrato del hombre “de ideas” que no ha podido dar con una sola es espeluznante, pues llegado el momento debe elegir entre colaborar o ser un depredador. Ya sabemos el final del trayecto.
¿Quién hubiera dicho que la colonización estadounidense en el periodo de la posguerra llegaría en forma de hamburguesas? Kroc no fue un adelantado a sus tiempos, porque no buscaba el renombre y la fama, eso llego por añadidura luego de entender que “negocios son negocios”, un terreno donde las lealtades rara vez existen.
“Hambre de poder” no es magnífica, pero es necesaria para acercarnos sin vendas al sombrío mundo de las ideas prestadas (y luego robadas). De cierto modo es una confrontación directa, porque, llegado el momento ¿qué rol asumirías? ¿el del noble que se deja pisotear o el del ambicioso que alcanza la gloria?
Desde luego, no todo se trata de extremos, afortunadamente hay puntos medios, pero, en medio de tiempos de crisis ¿alguien se quedaría en la media si pudiera tener más? Cuestión de ética.
The Founder (2017)
Director: John Lee Hancock.
Guión: Robert D. Siegel.
Reparto: Michael Keaton, Nick Offerman, John Carroll Lynch, Linda Cardellini, Laura Dern.
Fotografía: John Schwartzman.
Edición: Robert Frazen.