La comunicación armoniosa con mi cuerpo es la esencia de mi plenitud como ser humano, pero cuando ignoro su voz y continúo con inercia mi vida, su voz se convierte en un grito: es entonces cuando me cobra la factura, se pone en huelga y no da un sólo paso más por mí.
Con un dolor agudo en el hombro derecho, recibí el amanecer. Era la señal que mi cuerpo me enviaba para hacerme reflexionar en la falta de aprobación que me tenía adolorida. Ese dolor en el hombro era tan abarcador que en el momento en que me despertó tenía la sensación de que no había nada más en mi vida que él: me imaginaba entera como un músculo anudado, entumecido.
Comprendí que debía retomar la comunicación con mi cuerpo. Respiré hondo, dialogué con mi cuerpo, ubiqué el dolor, reflexioné en la emoción que escondía: reconocí que lo que me dolía era que mis esfuerzos no habian sido valorados. Continúe con la respiración profunda, me convencí que lo único que importa es la valoración que yo hago de mí misma. Inhalé con toda la conciencia de mi cuerpo y en ese momento sentí cómo mi hombro derecho se armonizó con todo mi organismo y me entregué a mi propia celebración.
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