No hace falta oler tu coño para saber que eres mujer salvaje, infatigable fiera que no se conforma con carroña, que siempre busca la presa más complicada y que la consigue.
Me gustas por irreverente, estrábica de sentimientos, ciega de las reglas de unos cuantos machos miedosos de perder su hombría.
Cuando caminas, hasta el viento suspira, y tu cabello se vuelve un aura que protege tu mirada de todo aquel hijo de puta que sólo se dedica a reciclar frases baratas. A veces lo veo enredarse entre tus manos, pasearse por tu cara y cuando logras dominarlo aparecen tus labios y tus ojos grandes donde pocos han tenido la oportunidad de reflejarse y poder contarlo.
De ti se enamora el escultor, el escritor, el dibujante… seres sensibles que no son capaces de crear por si mismos, porque necesitan belleza para inspirarse, y no me refiero a esa belleza de revista que aparece en las portadas del supermercado.
La tuya es belleza fiera, lunática, de esas que mueven mares, de las que fabrican ojeras, luna llena de mis madrugadas. Eres de aquellas que se dedican a destruir poetas no porque seas mala, sino porque los insomnes no pueden vivir de día y entonces mueren cada noche mientras sales a cazarles.
Mujer de nadie, lluvia de todos. Deja que escurra en tu espalda la humedad de mis letras y que al despertar amanezca regado tu campo de amapolas.
*Texto por David Léspar
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