Silencio. Para adentrarse a la nueva aventura de Guillermo del Toro hay que estar dispuestos a abrazar el silencio. Entenderlo como una prisión, un forzado estilo de vida, en donde una mujer tiene que existir entre vacíos. Hasta que el agua toma su cauce.
“La forma del agua” es la del afluente que guía hacia algo más allá de lo cotidiano, a la fantasía de encontrar el amor. No importan las condiciones, las diferencias. Lo que el cineasta busca es el retrato universal del entendimiento. De la convivencia diaria que se transforma en afecto cuando los puntos en común son mayores a los aspectos contrarios.
Desde el inicio establece que estamos en un cuento de hadas, con un narrador al que sólo le faltó comenzar con el “había una vez…”, porque todos los personajes están perfectamente delineados al modo de una fábula, donde los monstruos tienen rostro humano y están podridos por dentro, por lo que vemos de a poco la descomposición de sus cuerpos.
No importa la referencia directa a “El monstruo de la laguna negra” (Jack Arnold, 1954), pues lo que vamos a ver es la reinvención de todas las historias de amor imposible, con las bases y multicapas referenciales que el cineasta suele colocar en sus películas, práctica que define su estilo y permite hacer más ricos los contextos donde sitúa sus narraciones.
Estamos en plena Guerra Fría y nada es más peligroso que “el otro”, el que viene de fuera. La xenofobia en su máxima expresión encarnada en la piel de un supremacista irracional contra un trío de “raros”: la mujer muda, la de raza afroamericana que habla sin parar aunque su voz se la lleva el viento y del artista homosexual. Todos ellos alejados de lo que la mayoría define como normal. Y en medio de todo un dios incomprendido, un hombre pez sobre quien se experimenta y a quien no le ven lo bello simplemente por ser diferente.
Guillermo del Toro logra la más linda y tierna cinta de su filmografía, con un romanticismo exponenciado que exige silencio para involucrarnos con una pareja que no entiende de discrepancias, sólo de coincidencias. Todo envuelto en un aura de fantasía donde lo más real es el profundo amor que se profesan pez y mujer para darle con tubo a las barreras de la intolerancia.
Pese a todo, Del Toro tiene también espacio para el terror. Su villano es espeluznante, sádico. Un tipo que no entiende de diversidades, mucho menos de empatías. Y es horroroso porque no disfruta ser así, es su naturaleza, es salvaje y agresivo. Y para él es natural. Así como en tiempos de la Guerra Fría era normal “odiar” al otro. Igual que hoy, donde muchos todavía creen que los modos diferentes de los demás son una enfermedad que hay que curar.
Así como la música de la cinta, el agua fluye para hacer de esta historia un homenaje al cine de antes, con sus cuadros musicales cursis y llenos de esperanza. Y el ritmo lo impone Elisa (Sally Hawkins), que no podrá articular palabra pero se mueve al compás de sus emociones para guiarnos en esta aventura llena de mitologías clásicas, con unos ojos tan expresivos que es imposible no ver el amor desbordando sus pupilas.
El tratamiento poético de “La forma del agua” pone a la vez el dedo en la llaga, denuncia del mismo modo que “La bella y la bestia” en su momento el prejuicio social ante lo que no conocemos, sólo que aquí no estamos rodeados de personajes puritanos, sino de gente de carne y hueso que igual se enamora del totalmente opuesto mientras se masturba por las mañanas para empezar bien el día.
Lo que dibuja el “agua” con sus formas es un amor sobrenatural, envuelto en los modos de las historietas pulp y las películas de serie B que no gozaban de la popularidad de los grandes productos por ser extrañas y poco estéticas. De ahí parte el cineasta para contar la historia de la mayoría, de los no “guapos”, de quienes viven atrapados en el día a día hasta que una buena hora un ser “extraordinario” llega a revolucionar nuestro mundo.
Las tonalidades de agua turbia empapan la pantalla para hacer más brillante el afecto entre Elisa y su hombre pez, y hacer más violentas las reacciones de Richard Strickland (Michael Shannon) y el grupo de científicos que prefiere destruir lo que no conoce antes que lograr un entendimiento.
El “barco” llega a buen puerto porque Del Toro, hábil marinero, domina las aguas para que su película-embarcación atraviese un mar picado por la irracionalidad humana hasta que finalmente llega a esa calma donde los amantes se funden en un abrazo que no parece terminar. No debe. Y entonces se hace otra vez el silencio. Para contemplar, aplaudir y agradecer por una de las historias románticas más importantes del cine moderno.
The shape of water (2017)
Dirección: Guillermo del Toro.
Guión: Guillermo del Toro, Vanessa Taylor.
Reparto: Sally Hawkins, Michael Shannon, Richard Jenkins, Octavia Spencer, Doug Jones.
Fotografía: San Laustsen.
Edición: Sidney Wolinsky.