A veces, el mundo es tan cruel que nos obligamos a abstraernos de él. Paradójico, no hay forma de salir del mundo, sólo muriendo (aparentemente). A Jack y a su madre no les preguntaron si querían evadirlo, los obligaron a construir uno nuevo entre cuatro paredes.
“La habitación” es una enorme metáfora sobre el interior del ser humano y cómo se conecta con el mundo. Por eso Lenny Abrahamson construye en dos capítulos un relato que expone los sentimientos opuestos de madre e hijo respecto a una habitación: para él hay un espacio reducido que tiene mucho que ofrecerle, para ella se trata de un castigo y un reto a vencer. Para la segunda parte veremos a este par tratar de entender de qué se trata vivir.
Y es que el cuarto que aprisiona a Joy (exquisita Brie Larson) y a Jack (Jacob Tremblay) es un personaje más. Es quien detona las emociones en las vidas de estos seres aislados de una vida ideal. Así, para el chico de 5 años todo lo que la habitación le arroja es una nueva experiencia, es el mundo por descubrir, mientras que para ella es la ruina, la desgracia, el infortunio. Por eso se vuelve una mujer sobreprotectora que a ratos no logra escapar de ella misma y descarga su frustración contra el único compañero posible: su hijo.
“La habitación” no se disfruta, de hecho, se sufre, pero vale la pena verla porque es el ejemplo ideal para entender cómo operan las inocentes mentes cuadradas. El recorrido de Jack es doloroso y tierno a la vez. No puede pensar en un mundo más grande que el que le ofrecen esas cuatro paredes. No comprende de otras visiones e interpretaciones porque sólo conoce la de su madre, una mujer dolida ante un destino injusto. Y de la mano deberán aprender a vivir de nuevo: él con el temor natural de quien enfrenta lo desconocido y un poco consciente de que se trata de un planeta dispuesto a robarle su inocencia; ella intentando volver a confiar.
El director no pretende anclarse en el misterio, por el contrario, lo que le interesa es mostrar el antes y el después. Desde los ojos del niño veremos a los objetos convertirse en confidentes y compañeros de encierro para más tarde ser vagos recuerdos que no eran tan grandes como en su momento supuso.
“La habitación” es de esas aventuras policiacas a las que hay que acudir con la menor información posible, no para rompernos la cabeza y tratar de descubrir lo que se viene en la historia (y jactarnos de muy inteligentes), sino para entender la dicotomía en ese espacio que para una persona representa el infierno y para otra es pura magia. Como el mundo, con sus pros y contras.
Objetos fuera de foco que de a poco cobran forma, tomas cerradas que nos dan a entender la claustrofobia de Joy y lo que orilla a que la imaginación de Jack escape de esas cuatro paredes, una mujer y su vástago llenos de amor el uno por el otro porque sólo se tienen a ellos para sobrellevar un encierro, dos seres opuestos unidos por la sangre, el capricho de terceros y las ganas de vivir, de encontrarse algún día afuera para dejar que los monstruos de dentro no les sigan consumiendo.
No nos extendemos más, los elogios sobran, pero el principal es que “La habitación” tiene que verse: la experiencia, el mensaje, la entereza de los dos protagonistas no buscan premios, persiguen demostrar que mientras seamos libres para transitar el mundo debemos disfrutarlo.
Room (2015)
Director: Lenny Abrahamson.
Guión: Emma Donoghue.
Protagonistas: Brie Larson, Jacob Tremblay, Sean Bridgers, Joan Allen.
Fotografía: Danny Cohen.
Edición: Nathan Nugent.
Texto publicado en Azteca Noticias.
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