Ante la violencia no se necesitan subtítulos o diálogos, nos basta la brutalidad para comprender que hay sociedades enfermas y sus respectivos componentes corrompidos. La tribu es precisamente eso: un experimento cuasi mudo que exhibe sin temor las vidas de unos delincuentes discapacitados.
La tribu comienza con la llegada de un joven a un internado para gente sordomuda. No pasan muchos minutos para que el cineasta presente en su primer largometraje un mundo de robos, prostitución y abusos protagonizado por una pandilla de jóvenes que no escuchan, no hablan y, por lo visto, no sienten empatía por sus víctimas.
Y a propósito de ser empáticos, el filme le exige atención al espectador para poder comprender las historias de estos internos, quienes han optado por tomarse con coraje el papel de marginados. Por eso la cinta carece de diálogos, no tiene música que acompañe -o manipule- las intenciones de los protagonistas. Es una película casi silente de no ser por el sonido ambiente de las diferentes escenas que se presentan.
La tribu opera como una coreografía regida por un reloj suizo: está construida con delicados planos secuencias que acompañan a los jóvenes todo el tiempo. La cámara está sobre de ellos siempre, un mérito bárbaro que sobrepasa el ornato, pues construye una contradicción ante sujetos abandonados por una sociedad que no puede comunicarse con ellos, o mejor dicho, no quiere. Pero ellos tampoco buscan aceptación, así como las señas con que interactúan, han creados códigos jerárquicos y delictivos para hacer su vida y sacar provecho de su fuerza y astucia.
La construcción narrativa consigue hacernos parte del grupo. No tenemos que decir nada, como muchos de los presentes en las tropelías, sólo vemos. Haremos algún sonido, presenciaremos con desagrado o quizás nos llenemos de coraje, pero en este caso somos lo que vemos, gente sorda y muda ante los actos necios de muchachos que adoran delinquir.
Lo que el realizador ucraniano presenta no es novedoso, pero sí es interesante que en tiempos que el cine mundial busca espectadores que se retuerzan en las butacas porque el sonido casi casi nos deja sordos, haya creadores que buscan sacudirnos y que logren meternos dentro de la película con un guión maravilloso y unas actuaciones muy comprometidas, pese a que los involucrados no son histriones de profesión o estudiantes dramáticos.
La tribu es un viaje brutal por los actos y consecuencias de estos jóvenes; es imposible mantenerse indiferente ante escenas tan violentas, y no porque hayan litros de sangre bañando la pantalla, esos son artificios, aquí la mente es la que se encuentra en conflicto, más cuando la visión general de las personas discapacitadas es de sujetos que necesitan de nuestra ayuda -equivocadamente-.
La metáfora de universos que se corrompen por la falta de diálogo y por no saber escuchar está construida al más puro y añejo estilo del cine cuando comenzó a ser cine. Las oscuras humanidades retratadas toman por momentos el sitio de privilegio: los actos hablan por ellos. Por ratos es Anna, luego King, Svetka toma el rol protagónico, todos “danzando” para reforzar la inclusión, ascenso y caída de Segey en una puesta que incomoda, no tanto por los silencios, sino por lo que esta falta de voces y explicaciones provocan.
Es una historia brillante, pero no apta para cualquier tipo de audiencia, porque es desesperante, dura y perturbadora. Sin embargo, es bastante clara respecto al daño e impunidad que la incomunicación puede ocasionar.
Dirección y guión: Miroslav Slaboshpitsky.
Protagonistas: Grigoriy Fesenko, Yana Novikova, Rosa Babiy, Alexander Dsiadevich.
Edición y fotografía: Valentyn Vasyanovych.
Artículo publicado en Azteca Noticias: http://www.aztecanoticias.com.mx/notas/entretenimiento/225117/la-tribu-brutales-realidades-y-oidos-sordos
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