La adolescencia suele ser confusa y dolorosa. Porque crecer, en cualquier sentido, no es sencillo y habremos de tropezar y enfrentarnos con nosotros mismos para entender quiénes somos y lo que queremos ser. Y eso duele.
“Lady Bird” es una coming of age que va dando bandazos entre géneros con la intención de abarcar ese mar de sentimientos que vienen y van cuando en la juventud no sabemos al cien por ciento lo que queremos.
Por eso Christine McPherson (Saoirse Ronan) se hace primero de una mejor amiga tímida para después juntarse con los populares de la clase; reniega del sitio “aburrido” en el que vive y expone el vacío artístico de un sitio que aborrece; discute constantemente con su madre por no compartir sus mismos anhelos de superación y hasta se cambia el nombre en una auténtica muestra de una falta de identidad. En su lado más flaco, el debut cinematográfico de Greta Gerwing no quiere ser comedia pero da risa, y no busca el drama pero un adolescente sin grandes problemas existenciales no existe.
Por lo general, las películas comerciales de este corte consuman el cambio de la protagonista con una modificación a la apariencia de la protagonista y unos cuantos diálogos que presumen una nueva mentalidad. “Lady Bird” peca de intelectual en determinado momento, así como su protagonista. Porque en el camino a la adultez se cometen muchísimos errores, fallas que la cineasta no quiso dejar de lado.
Es muy fácil calificar una cinta como esta de pretenciosa, pero la realidad es que el desastre en el que se convierte la señorita McPherson alcanza niveles notables si tomamos en cuenta el cierre: sabemos que la chica crecerá, que saldrá adelante pese a los desencuentros, pero determinadas escenas alejadas del adoctrinamiento o el popular “te lo dije” de los familiares y amigos consiguen llevarnos a ese lugar en donde Lady Bird entiende que un apodo no le define.
¿Cómo ejemplificar el coctel de ánimos y desilusiones que trastocan la vida de una chica adolescente? El gran mérito de Gerwing es ese montaje desigual, lo que pareciera es una estructura sin sentido se asemeja por completo a la existencia de arranques de una joven en su último año de high school. Claro, podría parecer un pretexto, pero la cineasta se encargó de segmentar con detalle estos episodios, utilizando de modo elegante a Laurie Metcalf (la madre de Lady Bird) como el oráculo a donde van a parar esas preguntas sin respuesta.
La dinámica entre ambas actrices es delicioso, porque no sólo palpamos esa relación tirante de madre e hija viviendo una misma realidad pero comprensiones opuestas, sino que también abrazamos ambos puntos de vista, rememorando nuestras experiencias propias y las que vivimos actualmente.
“Lady Bird” es divertida porque a la distancia cualquier pena nos arrebata una sonrisa, porque sabemos que nos dejó algo, aún si nos hirió como lo que más. El guión toma toda la incertidumbre adolescente y la divide en momentos, no idealiza nada, de manera que vamos del amor carnal y banal al desencuentro con aquellos a quienes queremos.
Al final, podrá no tener vivencias extraordinarias para sus personajes, o un ritmo acompasado que inquietará a muchos, pero ¿su vida transcurrió en 20 minutos? ¿Su día a día fue un caudal de momentos vertiginosos que vale la pena recrear en el cine? “Lady Bird” es eso, ficción sobre una adolescente que es más real que cualquier otro documental sobre lo complejo que es asumir quiénes somos.
Dirección y guión: Greta Gerwing.
Reparto: Saoirse Ronan, Laurie Metcalf, Lucas Hedges, Timothée Chalamet, Beanie Feldstein.
Fotografía: Sam Levy.
Edición: Nick Houy.