En mi mesa de noche no tengo cremas que ataquen las arrugas, colágeno para piel suave ni mascarillas que retrasen el paso del tiempo. Lo que nunca falta es un vaso de agua -del día, de ayer, una semana atrás, qué importa- esperando que viertas unas gotitas de clonazepam de 2 miligramos.
El ansiolítico no sirve para nada pero el médico, mi familia y la señorita psicóloga de cabello rizado que dice ser representante de Recursos Humanos, prácticamente me obliga a consumirlas.
No importa. Es fácil engañarla. Mis respuestas en las citas mensuales con ella son siempre las mismas:
-Sí
-Sí, claro, ya lo analicé.
-Jamás lo he vuelto a hacer. Me di cuenta que es un error.
-Estas sesiones me sirven mucho, realmente siento que ya soy otra persona.
-Este año es mi año: La transformación a un mejor ser humano.
Bullshit.
El clonazepam es un paliativo, un digestivo. El tormento interno que vivo cada segundo sólo se calma con lo que tengo en mi mesita de noche: un tornamesa y un vibrador encargado en Amazon (me gustan los de última tecnología).
Las drogas no destruyen, tú permites que te destruyan. Eres débil y no las entiendes, permites que te controlen y luego tu existencia se transforma en un asco. Yo no tengo ese problema.
Soy la dueña absoluta de mi tornamesa y consolador. Tengo un rito de los más excitante: Cierro la puerta, elijo el disco más sensual para las 10 de la noche- Joy Division, Moody Blues, Portishead, Nina Simone, Billie Holiday, Huma Drama– y saco mi vibrador del cajoncito de la mesa de noche.
Confieso que hablar de esto aún me da pena. Estudié en escuela de monjas toda mi vida y lograron arraigar en mí LA CULPA. Pero conforme pasan los días, ya no me importa.
Mi querido tornamesa. La aguja empieza a girar sobre el disco y siento ese cosquilleo en la parte baja del vientre. Debo usar mi consolador, es necesario. Suena “Timothy Leary” de Moody Blues e inicia el placer, activándome todos los sentidos y llevándome a lo que los católicos llaman cielo. Es el deleite llevado a límites inimaginables.
Necesito estas experiencias para sentirme viva. Ya no es suficiente con una sola vez al día. Quiero olvidarme que mis elecciones de vida no son tan malas y que al menos puedo sentir paz unos 5 minutos, al menos. Ansío sonreír a mi vecino y no sentir las ganas de envenenarlo.
Comencé con mi pequeño ritual en las noches, antes de dormir. Y ahora pido más, y otra y otra.
Sentada en mi burocrática oficina cumpliendo con mi empleo en una dependencia federal, trato de concentrarme en los números pero mi único deseo es ir al baño y desahogarme. Encerrarme en un cubículo, sacar el Ipod -a falta de tornamesa portátil- y el vibrador y volver a sentir que puedo funcionar en esta vida.
No me importa perder el trabajo. Fácilmente encuentro otro, puedo vender tacos, tamales, estampitas o tortas y así tener tiempo para escaparme a lo que realmente quiero hacer.
Mis hijos ya están grandes -5, 6 y 8 años- y no necesitan tanto de mí, se las pueden arreglar solos y pues ahí está su papá. Él ya renunció a mí porque dice que se siente “poco hombre” por lo que hago. ¿Qué más da? Esos minutos de orgasmos soy lo que durante años no me permitieron ser durante años. Y si esto me puede llevar a algún tipo de destrucción, lo acepto. Viví y me vine.
*Artículo publicado en: http://www.alterarte.com.mx/
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