Pocas veces una cinta ocupa la homosexualidad como pretexto para tratar otros temas. Porque es más sencillo dejarnos llevar por lo que deslumbra y explotarlo hasta que no dé más para causar un efecto inmediato. “Moonlight” hace todo lo contrario y es de esos trabajos que requieren de varias vistas para apreciar todos los detalles que la conforman y le hacen una cinta delicada pero poderosa.
“Moonlight” es narrada en tres tiempos, triada que abarca diversos momentos en la vida de Chiron: un niño que debe batallar con el abuso de drogas de su madre y las burlas de sus compañeros de juegos, un adolescente que debe hacer frente a sus similares que le acosan en la escuela y un adulto que ha alcanzado el éxito económico aunque no de forma legal.
En esencia parece que no hay muchas sorpresas. Pero es en lo que los protagonistas callan, en el trabajo introspectivo, en la timidez con la que Chiron va volviéndose adulto en donde se encuentra el enorme poder de denuncia de “Moonlight”.
Barry Jenkins no pretendía contar otra historia más de desamor y el descubrimiento de la sexualidad, sino que se lanzó a la destrucción de estereotipos, abordó con sutileza el despertar emocional y sexual de un alma frágil que tuvo que hacerse fuerte ante la violencia psicológica a su alrededor.
Y lo interesante es que va, entre episodios, narrando con ternura lo que significa para su protagonista negarse lo que está viviendo, olvidar lo que le gusta o prefiere por lo que debe o puede.
La paleta de colores juega un papel vital en la estructura que eligió Jenkins: cada momento, cada episodio tiene un tono particular, no claramente visible pues se ocupó un alto contraste como modo de hacer un retrato saturado de Miami, como si se tratase de pura buena vida cuando en realidad la pobreza y los problemas invaden cada rincón de este planeta.
El juego de contraste continúa con el físico de Chiron: un chiquillo enclenque que adquiere una figura poderosa que representa lo contrario a su crecimiento emocional, mucho más fuerte mentalmente de pequeño para soportar las desgracias caseras y sentimentalmente débil cuando es un adulto.
Se piensa que las películas épicas son aquellas en donde vemos grandes batallas entre los opuestos o estupendos momentos de gloria con sonidos grandilocuentes que acompañan al héroe en la victoria final. “Moonlight”, muy a propósito”, es épica por dentro, los enormes logros son discretos e internos. Cada episodio culmina en esas decisiones del protagonista que le llevan a la madurez.
Lo más logrado de “Moonlight” es que el ritmo y cadencia del filme son los mismos que del protagonista: nunca explota, sólo actúa en consecuencia de modo reservado. Chiron se siente raro y sus cercanos validan con los abusos a su persona su condición de extraño. No protesta, no alega, no exige porque su entorno le ha apabullado, lo aplasta y oprime. De las pocas ocasiones en donde permite hacer su voluntad es como cuando te alcanza esa luz de luna, que le ilumina de a poco.
Es pausada y medida. Parece que no va a ninguna parte porque la mayoría de las veces pareciera que necesitamos de la gran rebelión o el acto de enorme magnitud para comenzar a hacer algo que signifique un cambio. Bueno, habría que hacer un repaso entonces de esas decisiones que tomamos y que nos han llevado a cierto punto. Muy probablemente encontremos que no es el cambio de ciudad o el pleito con alguien, la separación de la familia o la pareja, lo que nos ha llevado a cambios puntuales, sino las charlas con un amigo, el roce una mano, una idea mientras viajamos en el autobús… las sutilezas de la vida. De eso se trata “Moonlight”.
Dirección y guión: Barry Jenkins.
Reparto: Mahershala Ali, Naomi Harris, Alex R. Hibbert, Ashton Sanders, Trevante Rhodes.
Edición: Joi McMillon, Nat Sanders,
Fotografía: James Laxton.
Texto publicado en Azteca Noticias.