Los rebeldes y la franquicia de Star Wars se encuentran en punto crítico. Parte es porque los fanáticos no superan aún lo que la ambición hizo a la saga con la llegada de los episodios I, II y III. Porque, adictos o no, esa precuela le valió a la historia intergaláctica más detractores que adeptos. “Los últimos Jedi” parece narrar, más que una ficción donde las estrellas sirven como telón de fondo, la aventura que la serie ha tenido que atravesar para llegar a este momento y finalmente destruirse para renacer como un producto totalmente nuevo.
Si “El despertar de la fuerza” significó una vuelta a los orígenes que eliminó el mal sabor de boca de esas primeras tres fases (en realidad segundas en orden de aparición), el episodio ocho se aprecia como la verdadera reinvención y su estructura está diseñada para que, como dice en algún momento el personaje de Kylo Ren, entendamos que hay que dejar atrás el pasado para dar paso a lo que se está destinado a ser.
Y “Los últimos Jedi” es entonces el verdadero punto de inicio. El episodio VII apareció para establecer el sitio dónde estaba parada la franquicia, por un lado vilipendiada por la mala ejecución al momento de explicar su origen y por otra aplaudida cuando se atrevió a centrar la cámara en otras zonas de la galaxia como ocurrió en “Rogue One“.
Por eso las enseñanzas que aún debe abrazar Luke Skywalker (Mark Hamill) no giran en torno a los éxitos, sino a los fracasos. Se trata pues de un balance, de aprender de lo que salió mal y entender qué fue positivo. Se trata de los últimos momentos de los Jedi como un ente totalitario, de la idea de que el lado oscuro de la fuerza es como una enfermedad de la que hay que deshacernos. Se nos invita a dejar de pensar que los iluminados son unos cuantos. Para el octavo episodio la fuerza somos todos y es de todos.
Rian Johnson le da tal coherencia a su relato que fusiona discurso con trama: es y no una película para fans; es y no una reinvención de la saga; es y no un nuevo universo, uno donde las leyendas, los viejos maestros y archivillanos son referencias y entienden que tienen que dar paso a nóveles héroes.
“Los últimos Jedi” tiene la enorme virtud de olvidarse de maniqueismos, de dividir bandos. Tanto “los buenos”, como “los malos” presentan conflictos de a diario que no están en una galaxia muy, muy lejana. Son nuestros demonios de a diario, con lo que convivimos y que nos aterran: la duda, la ignorancia, la terquedad.
El debate dramático deja de ser ornato en esta entrega. Tampoco es cereza del pastel. Es el punto medular. Todos los protagonistas presentan puntos de conflicto que abonan a que esta apuesta sea más grande en razonamientos que en vistosidad. Los efectos visuales cumplen su labor como complemento para un arco poderoso donde cada uno de los involucrados culmine el filme con una perspectiva completamente a como inició.
Por fin, a Star Wars le valió un comino el canon creado por ellos mismos y permite que su héroe legendario esté lleno de defectos; que los que salven el día sean los secundarios, no el tipo con capa y espada, sino el normal, el de a pie; que los linajes dividan a protagonistas del resto del reparto.
“Los últimos Jedi” da muerte a lo viejo, para bien, confirmando un cambio generacional y un pase de estafeta. Pero no se trata de un aniquilamiento sin sentido. Por el contrario, es parte de un ciclo, de un todo, de lo que la “fuerza” ha pregonado y realmente significa: una energía intangible que existe en todas las cosas. Y si es así, todos tienen esta posibilidad de ser héroes un día y ser los más nefastos a la mañana siguiente.
Hay pecados, claro, pero son mínimos en esta enorme pieza de entretenimiento que no logra alcanzar en calidad a “El imperio contrataca“, pero que se cuece aparte por su osadía e inteligencia para hacerse de un espacio entre las tres mejores cintas de la saga.
Que los personajes principales conformen una tercia de fracasados es una delicia: Rey sale de la nada para enfrentar un presente que no entiende; Ben Solo tiene en las venas una herencia maldita y no encuentra el modo de hacer algo con todo eso, y Finn es el fulano que escupió el sistema y una vez fuera se da cuenta que los otros modos no son menos corruptos y asquerosos que de donde procede.
El final (el cual no vamos a revelar porque cobra mucho sentido cuando entendemos que el filme se nos presenta como una esperanza de diversión abierta de múltiples posibilidades) no podía ser más apropiado ante el giro que Disney, Lucasfilms y todos los involucrados han decidido tomar a fin de que se vengan decenas de historias intergalácticas. Un diálogo dentro de este filme lo deja claro.
Luke Skywalker: Respira. Ahora, proyéctate. ¿Qué es lo que ves?
Rey: Luz. Oscuridad. Balance.
Luke Skywalker: Es mucho más grande que eso.
Y sí, la idea es que el universo de Star Wars sea mucho más amplio que las tres primeras películas.
Star Wars: The Last Jedi (2017)
Dirección y guión: Rian Johnson.
Reparto: Mark Hamill, Carrie Fisher, Adma Driver, Daisy Ridley, John Boyega, Oscar Isaac, Andy Serkis.
Fotografía: Steve Yedlin.
Edición: Bob Ducsay.