Nadie dice que el genio tiene que ser amable, el hombre más inteligente del mundo puede ser un completo idiota, porque no somos perfectos, cambiamos, crecemos, nos llenamos de conocimientos y de temores. A la par de la brillantez, cualquier ser humano puede desarrollar una contraparte y ser una verdadera pesadilla. Steve Jobs construyó una imagen a su alrededor como el gran vendedor. Danny Boyle nos presenta al emprendedor pletórico de defectos, ese que habría que alabar todavía más por encima de la mente maestra.
Aaron Sorkin construye un guión que Boyle supo leer como la palma de su mano y pone a ese ícono de la tecnología a caminar tras bastidores en tres momentos diferentes de su vida, filmados en tres formatos diferentes. Lo simpático es que son dos aparentes fracasos que anteceden a un majestuoso éxito: el de convertirse en un tipo más cercano al ser humano, alejado de la máquina.
La gran metáfora de Boyle deja claro que para lo visual tiene un ojo fino y educado, haciendo de su cámara una especie de acosador, un seguidor constante que busca desenmarañar la complejidad de un tipo virtuoso para crear consumo y desprovisto a la vez del sentido de la otredad, el de ponerse en los zapatos de los demás en el aspecto sentimental, porque para venderles lo que sea no tiene problemas. Calculador, frío, incluso inestable.
Y es una metáfora porque Steve Jobs es el director de la orquesta, es el que controla a los ejecutantes, da direcciones precisas de lo que se tiene que vender aunque no sepa cómo lograr ese producto final. Y sus demonios van mutando, sus enemigos no son los que él cree y va encontrando en sus fallos un modo de depurar su labor de venta. Boyle construye una pieza donde el diamante en bruto se va puliendo, haciendo honor al adjetivo porque simplemente entiende de máquinas, no de personas.
Y es que la película es igual que el personaje retratado: brillante. La cámara de Boyle atosiga a Steve Jobs todo el tiempo, por momentos dándole espacio, en otros muy de cerca, porque los diálogos son muy intensos y necesitamos estar fijos en lo que se discute, lo que se argumenta. Hay una verborrea tal que encanta, no son disparates, por lo general son enfrentamientos, dos en un solo espacio y diciéndose de todo lo que les resulta importante, de lo que les alienta y lo que les duele.
Pese a transcurrir en momentos históricos diferentes, cada que Jobs (un extraordinario y oscareable (Michael Fassbender) se encuentra con alguno de sus interlocutores, ya sean Wozniak (Seth Rogen), Hoffman (Kate Winslet) o Sculley (Jeff Daniels), el tratamiento es el mismo: para cada uno hay un esquema, para cada cual hay una estructura narrativa que se repite disimuladamente. Boyle dota a sus personajes de ciertas características que acompaña con la forma en que los retrata. Por eso los contracampos con Hoffman, los two shots eternos con Scully, las secuencias de acompañamiento (travelling) con Wozniak.
Lo que se dice y lo que se ve es igual de importante en Steve Jobs y eso convierte al filme en un coloso que levanta la mano para arrasar con la temporada de premios o por lo menos convertirse en una presencia constante y con un rol más allá del simple contendiente.
El defecto: el guión estructura el aprendizaje del protagonista de tal modo que hay discusiones, encuentros, enfrentamientos que dejan pendientes por decir, al final todos convergen para mostrar la superación del ídolo, ese que en cada momento aparece alabado y vitoreado por una masa que sólo ve el escenario, nunca imagina lo que se construye -y destruye- detrás de bambalinas.
Es ahí donde los momentos dulces del final, estos tópicos que convergen para un enorme cierre, se entienden por la pretensión del filme de ser justo con el visionario que está retratando, pero que luce forzado y entrega una conclusión tibia, floja, con mucho efecto y pálida si se compara con el trayecto construido.
Ello no quita que Steve Jobs sea notable, profunda, un estudio del genio abordado desde figuras base: el padre, la compañera de vida, el amigo y rival, todos los que rodean al protagonista tienen algo que aplaudirle y mucho que odiarle. Y viceversa. Pero encanta el detalle de que en determinado momento, el protagonista entiende que él es su principal enemigo y decide hacer algo con eso.
Continente y contenido funcionan hasta que el autor decide ponerse meloso y llenar todo de una sensiblería tal que no honra para nada al tipo ambivalente, el mesías y el demonio, ese que se asoma a todo momento en un montaje vertiginoso que se cae hacia el final, pero, es por tanto un homenaje pleno a la herencia de Jobs: no importa que los productos que se venden no sean compatibles con otros, que no resuelvan mis necesidades del todo o necesite gastar más dinero para mejorarlo, el chiste, el meollo del asunto, es que el comprador lo necesite. De eso se trata.
Steve Jobs (2015)
Director: Danny Boyle.
Guión: Aaron Sorkin.
Protagonistas: Michael Fassbender, Kate Winslet, Seth Roggen, Jeff Daniels.
Fotografía: Alwin H. Küchler.
Edición: Elliot Graham.
Texto publicado en Azteca Noticias.
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