Ron Howard es un cineasta sentimentaloide, gusta de manipular las emociones de las personas para crear arcos dramáticos y poner en predicamentos predecibles a sus protagonistas. Paradójicamente, resultó el director idóneo para armar el rompecabezas que se le encargó y deja un muy atractivo, aunque plano, recuento de los años primeros del éxito de The Beatles.
“The Beatles: Eight days a week – The touring years” comienza con ese histórico momento un 9 de febrero de 1964 cuando se presentaron en “El show de Ed Sullivan”, comprobando que la “Beatlemanía” no era una moda, sino un fenómeno que cambiaría el mundo de la música para siempre.
Y es difícil abordar algo que nos apasiona tanto con ojo crítico. Más que el análisis de lo que se ve en pantalla, la experiencia se expande y se vuelve imperativo el visionado de este trabajo en las salas de cine si uno se jacta de ser fan del cuarteto de Liverpool. Porque van a cantar, alguna que otra lágrima caerá, pero por encima de todo: una sonrisa de oreja a oreja permanecerá en su rostro de principio a fin.
Hay cerca de 100 horas de material inédito que fueron reunidas para este documental, desde aquellas primeras presentaciones en pequeños bares del puerto británico que vio nacer a John, Paul, George y Ringo hasta esa última tocada en el techo de un edificio.
Revivir esos momentos –porque la historia se ha contado una y otra vez de forma ficticia y documental hasta el cansancio- se disfruta por igual como la hermandad y convivencia que ocurre dentro de la sala. Al menos, a mí me tocó estar al lado de una familia de cuatro integrantes, con el hombre de casa que pintaba unos 60 años y un pequeño que no superaba los 10 años, que cantó, aplaudió y celebró cada uno de esos momentos en que The Beatles se presentó ante millones de amantes de su música.
Howard es un realizador mediano. Es así porque no suele variar mucho sus esquemas narrativos y lo mismo pasa con este trabajo que tiene su principal mérito en la edición. Paul Crowder es un experto documentalista que sabe muy bien medir los tiempos y se nota en el montaje un ejercicio de paciencia, de repaso a conciencia de anécdotas y optan, junto con el director de Oklahoma, hacer ciclos conforme aparece cada uno de los discos de los famosos músicos.
Es cierto que no aportan nada a un género que está en constante evolución. Si fueran músicos estaríamos hablando de un muy buen logrado hit.
Ron Howard adopta el mismo ritmo de trabajo que los de Liverpool durante sus primeros años: hacer maquila, por lo que año tras año, álbum tras álbum, The Beatles va repitiendo un ciclo, uno que los lleva al desgaste y sólo el estudio de grabación permite al cuarteto renovar fuerzas y bríos. La creación de discos se convierte así en su guarida, en el espacio dónde estrechan lazos y refrendan su amor por la música.
Porque se trata de la música, es simplemente eso.
La diferencia es que esos cuatro monstruos tuvieron el talento y la sabiduría para acompañarse en su proceso creativo y evolucionaron conforme crecieron. Porque sus primeras composiciones son igual de básicas que las cintas de Howard.
A sabiendas de sus limitantes, supongo, el cineastas tuvo el acierto de pedir la mano de Crowder, un oriundo de Gran Bretaña, orgulloso como muchos por haber compartido suelo en su natalicio con esos cuarto inmortales. Músico en sus inicios, pero, lo más importante, deseoso de contar cómo ese monstruo llamada “Beatlemanía” devoró por igual a sus creadores así como al mundo entero.
Y no era sencillo. En algún momento Howard opta por volverse reiterativo. Una y otra vez llegamos al punto en que algún Beatle levantaba la mano para decir “no más”. El cansancio se apodera del cuarteto y es momento de tirar la toalla. Y cada que esto ocurría regresaban con una placa más poderosas, más madura. Ni Espsetin ni Martin permitieron que esa máquina de hits se oxidara. Es claro, en el documental, que no entendían otra forma de ver la vida. La música como pretexto, como catalizador, como catarsis. La música como un todo.
¿Cómo hacer entonces un material accesible, familiar y amable con tantos segundos flotando por ahí? El otro mérito de Howard es que no recurrió a los colaboradores de siempre. ¿Quién mejor para contar esas historias musicales que quienes lo han hecho durante tanto tiempo? El guión tenía que ser escrito por dos documentalistas. P. G. Morgan es mucho más serio que Mark Monroe, toda vez que el segundo ha narrado decenas de anécdotas con los populares seriales de VH1, Behind the Scenes.
Monroe y Crowder solían trabajar juntos. Si se me permite la burda comparación, para “Eight day a week – The touring years”, ese par eran Lennon y McCartney, mientras que Morgan fungió como George Harrison: fue quien escribió la partitura, los andamios, la base desde donde se permitieron estructurar. Y Howard se hizo a un lado sólo para medir el tiempo, llevar el compás para entregar un producto entretenido y vendible.
Y entre todas esos minutos de pietaje de presentaciones y tocadas aparecen las voces de McCartney y Ringo Star para contar su versión de esos días de locura. Eran las entrevistas lógicas. No seamos mentirosos, el día que nos falten, cualquiera de los dos, vamos a llorar, mucho.
Y por ahí aparecen Whoopi Goldberg, Elvis Costello, Siguorney Weaver… ¿por qué? ¿Ellos qué tienen que ver con The Beatles? ¡Todo! Son fans, como nosotros. Y cuentan anécdotas que nos hacen estremecernos, porque si John, Paul, George y Ringo siguieran juntos todavía moverían masas como lo hicieron en su momento, marcando la pauta porque cada que la industria los hacía pedazos, el primario placer de hacer música los salvaba.
Un vez más puedo decir con felicidad, con la cara sonriente de quien sabe que pocas cosas en la vida son tan liberadoras como entonar una canción que te gusta (aunque la “washawashees”): el cine siempre te salva. Y la música también.
The Beatles: Eight days a week – The touring days (2016)
Director: Ron Howard.
Guión: Mark Monroe, P. G. Morgan.
Edición: Paul Crowder.
Fotografía: Caleb Deschanel, Jessica Young, Michael Wood, Tim Shurstedt.
*Imágenes tomadas del sitio oficial de “The Beatles: Eight days a week – The touring years”.
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