Hay varias formas de enfrentar a la muerte. Ese momento inevitable en la existencia de cada ser humano puede convertirse en una obsesión, un descanso o el temor más grande del mundo. No existe una manera unificada de concebirlo y asimilarlo. “Una sonrisa a la vida” intenta ser honesta con los momentos finales de un hombre que padece cáncer y tiene muchos perdones que pedir.
Y es que el director Cesc Gay tuvo el gran tino de no pasar de la sinceridad a la honestidad brutal. De este modo, cuando dos amigos de la infancia se reencuentran para pasar unos días juntos antes de que la fatalidad alcance al hombre que padececáncer no estamos ante un retrato lastimero, duro o demandante. Aparece una convivencia tensa y rara ante la enfermedad que se va aliviando con momentos absurdos que no provocan la risa pero sí la calma.
Y el pretexto – guía en este encuentro es un perro bullmastiff desconcertado ante el errático comportamiento de su dueño, un tipo que aparentemente ha abrazado su destino pero que ante cada nueva oportunidad de poner a prueba su temple se encuentra con cabos sueltos a los que debe poner solución.
Pese a ser un guión poco explosivo, el desempeño actoral de Ricardo Darín y Javier Cámara permiten ejemplificar con frescura que ordinario no significa malo. Lo que este par logra apoyados con la interacción del can es el alma del filme: nadie dice que nuestro tránsito por la vida será siempre una fiesta, ocurren alegrías y desencuentros que nos marcan y al final, muy probablemente, siempre quedará algún pendiente, un momento agrio que pudimos haber podido evitar o aliviar.
La muerte puede llegar a ser el gran drama de nuestra existencia, pero Gay hace una comedia apegada al canon que la coloca como una historia que busca incesantemente su final feliz, aunque los cierres sean elemento vital de la tragedia. “Una sonrisa a la vida” persigue con naturalidad esa mueca en el rostro, nos invita a entusiasmarnos con una dupla que no quiere decirse adiós pero entiende que debe hacerlo.
No cae en sentimentalismos baratos, no nos exige los pañuelos desechables cada 5 minutos, es una experiencia dolorosa, sí, pero desprovista de artificios trágicos, como la vida misma: cada quien exagera o minimiza su sentir dependiendo convicciones, creencias y necesidades.
Y el cineasta catalán prefiere ser contenido, que no respetuoso, pues escenas como cuando los amigos entran a cotizar féretros y urnas para depositar cenizas es tan ridícula como unos adolescentes entrando a una carnicería para conseguir camisetas.
Que no sea extrema no demerita lo plasmado en el guión: el cálido reencuentro de dos personalidades diferentes pero que encuentran en sus diferencias su punto de unión. Sin extravagancias ni vulgaridades, es la vida misma diluyéndose en uno de ellos y el difícil proceso de aceptar que todo acaba. Tanto para quienes se van como para los que se quedan.
Y en medio de todo, el perro Truman, ese símbolo de la indecisión de un enfermo terminal que no sabe cómo irse sin dar lástimas, ocasionar enojos y causar problemas.
No hay novedad, pero tampoco desagrada. De hecho, conmueve en los detalles, en el abrazo, en la lágrima, en la sonrisa retorcida de inconformidad. Es la muestra de que dos personajes sólidos pueden ofrecer algo decoroso aunque no sean más que el retrato del hombre común.
Truman (2015)
Director: Cesc Gay.
Guión: Cesc Gay, Tomàs Aragay.
Protagonistas: Ricardo Darín, Javier Cámara, Dolores Fonzi,
Edición: Pablo Barbieri Carrera.
Fotografía: Andreu Rebés.
Texto publicado en Azteca Noticias.
You may also like
-
Proyecto Granguiñol Psicotrónico celebrará su décimo aniversario con “Akelarre”
-
“Por temor a que cantemos libres” cerrará el año con funciones en el Teatro El Milagro
-
Valentina o la serenidad: el duelo durante la niñez
-
“Lu y Solito” vuelven a escena en el Foro Lucerna
-
La conversión del diablo, obra basada en el mito de la conquista espiritual de México, llega a la Sala Héctor Mendoza